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Perspectivas eclesiales en América a la luz del Documento de Aparecida

S.E. Mons. Jorge LOZANO, Obispo de Gualeguaychú – Responsable de la Sección Pastoral Social del CELAM •DISPONIBILE SOLO IN SPAGNOLO

VI Incontro Continentale Americano
VITA, PANE, PACE, LIBERTÀ. Laici di AC nella città per un mondo più umano •Città del Messico, 8-11 luglio 2010


Empobrecimiento de la noción de fe cristiana
Hemos vivido un largo proceso de empobrecimiento y deterioro del concepto de fe. Se suele escuchar que “la fe es creer en lo que no vemos”, sin una referencia a que implica vitalmente.
Sin pretender una descripción completa de este deterioro, podemos mencionar algunos pasos recorridos, o eslabones de una cadena:

Iglesia sin sacramento – solo Palabra.
No hay ministros sagrados, ya que no hay sacramentos. Se quita lo sensible del sacramento como acción religiosa, y la fe se desplaza a la razón.

Palabra sin Iglesia.
El texto Sagrado se puede leer e interpretar en el ámbito individual, sin una comunidad de referencia y sin vínculos sacramentales.

Religión sin Palabra – sin Iglesia.
La religión como sentimiento religioso subjetivo. Cada uno lo vive como lo siente. Ya que no hay Palabra ni comunidad, no hay ética o moral. La religión se desvincula de las conductas sociales. “Lo importante es sentirse bien”.

Religión sin misión, sin discípulado, sin militancia. Acostumbrados a ser “mayoría”. Mirada de papel influyente.

Religión sin Dios Personal
Es consecuencia de lo anterior. Dios es un ser difuso, totalmente fuera del mundo, intergaláctico, o presente en cada partícula (Panteísmo).

Las consecuencias las vamos percibiendo:

“Fe” sin comunidad – sin sacramento (Sin Iglesia) y sin celebración. Sin Palabra – Sin Revelación de Dios y sin Verdad (sólo consenso). Sin Dios Personal. Sin gracia (=> Que el bien es sólo voluntad y opción humana). Soledad – sólo “Dios y yo” sin hermanos al solo yo sin Dios, sin hermanos.

Muchos católicos “viven” una fe que se reduce a ideología, a código ético o a sentimiento emotivo.
“No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentada, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad”. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DA 12)

Debilitamiento de la Comunión y la Misión 
El documento conclusivo de Aparecida realiza una mirada de la realidad como discípulos misioneros. Los puntos de la realidad socio – cultural que menciona inciden en las comunidades cristianas, formadas por nosotros, hombres y mujeres de este siglo. No nos ubicamos desde un lugar inmaculado o desde una campana de cristal. También nosotros somos esta cultura.

“En este nuevo contexto social, la realidad se ha vuelto para el ser humano cada vez
más opaca y compleja” (DA 36).
Algunas expresiones utilizadas en este capítulo son para mirarnos: fragmentación, frustración, crisis de sentido, vacío, consumismo, “individualismo que debilita los vínculos comunitarios”, “búsqueda de realización inmediata de los deseos de los individuos” (DA 44). “Esta cultura se caracteriza por la autoreferencia del individuo, que conduce a la indiferencia por el otro, a quien no necesita ni del que tampoco se siente responsable”. (DA 46)
(Ver DA 33 al 100)
Las relaciones interpersonales se tornan superficiales y funcionales a intereses de diverso orden.
Lo mencionado acerca de la autoreferencia del individuo, puede ser también
característica de un grupo, o de una comunidad.
La sensación del “así estamos bien”, o “ya hicimos lo suficiente” nos puede llevar a apagar el fervor misionero. Una aceptación cómoda de la situación o la pereza para asumir nuevos desafíos nos paralizan y no nos permiten mirar hacia los horizontes de la misión. Una comunidad que sólo se mira a sí misma (sea para auto – alabarse o para auto-destruirse) nunca se dirigirá hacia las fronteras de la misión (cfr. Gal. 5, 13 ss)

El camino que se nos señala 
El Documento Conclusivo de Aparecida no tiene un tono quejoso. Nos muestra caminos a transitar.

“La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión.
Esto significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la pertenencia a una comunidad concreta, en la que podamos vivir una experiencia permanente de discipulado y de comunión con los sucesores de los Apóstoles y con el Papa. (DA 156)

“En el pueblo de Dios, “la comunión y la misión están profundamente unidas entre sí… La comunión es misionera y la misión es para la comunión”. En las iglesias particulares, todos los miembros del pueblo de Dios, según sus vocaciones específicas, estamos convocados a la santidad en la comunión y la misión. (DA 163)

“La vida en comunidad es esencial a la vocación cristiana. El discipulado y la misión siempre suponen la pertenencia a una comunidad. Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. Este es un aspecto que distingue la vivencia de la vocación cristiana de un simple sentimiento religioso individual. Por eso, la experiencia de fe siempre se vive en una Iglesia Particular. (DA 164)

“Reunida y alimentada por la Palabra y la Eucaristía, la Iglesia católica existe y se manifiesta en cada Iglesia particular, en comunión con el Obispo de Roma. Esta es, como lo afirma el Concilio, “una porción del pueblo de Dios confiada a un obispo para que la apaciente con su presbiterio” (DA165)
“La Diócesis, presidida por el Obispo, es el primer ámbito de la comunión y la misión. Ella debe impulsar y conducir una acción pastoral orgánica renovada y vigorosa, de manera que la variedad de carismas, ministerios, servicios y organizaciones se orienten en un mismo proyecto misionero para comunicar vida en el propio territorio. Este proyecto, que surge de un camino de variada participación, hace posible la pastoral orgánica, capaz de dar respuesta a los nuevos desafíos. Porque un proyecto sólo es eficiente si cada comunidad cristiana, cada parroquia, cada comunidad educativa, cada comunidad de vida consagrada, cada asociación o movimiento y cada pequeña comunidad se insertan activamente en la pastoral orgánica de cada diócesis. Cada uno está llamado a evangelizar de un modo armónico e integrado en el proyecto pastoral de la Diócesis. (DA 169)

A todos nos toca comenzar desde Cristo; El es el Camino, la Verdad y la Vida. (cfr. Jn. 14,6 DA 12)

Necesidad de Conversión Pastoral 
“La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera” (DA 370) “No podemos quedarnos en espera pasiva en nuestros templos”. (DA 548)

La Iglesia debe manifestarse como una madre que sale al encuentro de todos, una casa acogedora, un pastor que carga sobre los hombros (cfr. DA 370)
Nadie puede excusarse de asumir decididamente este llamado misionero que reclama revisar nuestras organizaciones y tareas. Se requiere lucidez para discernir y valentía para “abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (DA 365)

La vocación y Misión de los Laicos
Recordemos lo dicho hace un rato acerca de la con – vocación.
“El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cfLc 6,40), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas” (DA 131)

“La admiración por la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf, Jn 10,3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida” (DA 136)

“En su realidad social concreta, el discípulo hace la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo, madura su vocación cristiana, descubre la riqueza y la gracia de ser misionero y anuncia la Palabra con alegría” (DA 167)

“Es importante recordar que el campo específico de la actividad evangelizadora laical es el complejo mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación, la vida profesional, sobre todo en los contextos donde la Iglesia se hace presente solamente por ellos” (DA 174)

“Al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. Vivirla en la misión lo lleva al corazón del mundo. Por eso, la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual”. (DA 148)

El Documento señala que “si muchas de las estucturas actuales generan pobreza,m en parte se ha debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales” (DA 501). Pero también constata el escaso acompañamiento dado a los fieles laicos en sus tareas de servicio a la sociedad. Esta tarea de acompañamiento es responsabilidad de los pastores y de la comunidad cristiana (cfr. DA 100, 212 y 508)

“Ser discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos, en Él, tengan vida, nos lleva a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano, y a trabajar junto con los demás ciudadanos e instituciones en bien del ser humano. El amor de misericordia para con todos los que ven vulnerada su vida en cualquiera de sus dimensiones, como bien nos muestra el Señor en todos sus gestos de misericordia, requiere que socorramos las necesidades urgentes, al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos o instituciones para organizar estructuras más justas en los ámbitos nacionales e internacionales. Urge crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidad para todos. Igualmente, se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consenso sociales” (DA 384)

Conclusión
El Señor que nos ama vuelve a llamarnos. Él derramó en la Iglesia y en el Mundo la fuerza de su Espíritu. Es ese Espíritu que hoy nos alienta e impulsa en la misión para que nuestros pueblos tengan Vida, Pan, Paz, Libertad; para que resplandezca en todos los hijos e hijas de esta tierra la dignidad, la belleza, el amor. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.(Jn 14,6)

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S.E. Mons. Jorge LOZANO, Obispo de Gualeguaychú - Responsable de la Sección Pastoral Social del CELAM •DISPONIBILE SOLO IN SPAGNOLO
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