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Por que la Iglesia necesita a la Acción Católica

Mons. Atilano RODRIGUEZ – Obispo de Ciudad Rodrigo, Obispo Consiliario de la ACE

Agradezco muy sinceramente a los organizadores de este encuentro del FIAC la amabilidad que han tenido al invitarme a compartir con todos ustedes los gozos y las esperanzas de la AC, así como las inquietudes por su actividad evangelizadora en el futuro. 
La misión de la Iglesia y de la AC: Evangelizar. La Iglesia nace para evangelizar. Esta es la misión que el Señor le confió: anunciar la Buena Noticia a todas las gentes. El Papa Pablo VI dirá que la evangelización es la misión esencial de la Iglesia y su identidad más profunda (EN 14). La AC, como movimiento de Iglesia, que asume el fin global de la misma, no puede tener otro fin que la evangelización.
Como bien sabemos, desde los primeros momentos de la Iglesia han existido hombres y mujeres que, animados por el Espíritu, han colaborado con los apóstoles en la difusión del Evangelio. El mismo Espíritu es el que ha impulsado a los Papas, desde mediados del siglo XIX, a estimular y apoyar con decisión el compromiso social de los cristianos laicos de forma asociada.
Los obispos del mundo entero, recogiendo las aportaciones de la reflexión teológica y eclesiológica de años anteriores, resaltan con fuerza, en distintos documentos del Concilio Vaticano II, la vocación y misión del laico cristiano en la Iglesia y en el mundo. Al referirse al asociacionismo laical, los padres conciliares señalan que todo el apostolado seglar ha de estar integrado en el apostolado de la Iglesia y que es necesario que los seglares “participen y ayuden a las distintas obras de apostolado seglar y, sobre todo a la AC” (ChrD n 17 b). Los movimientos integrados en la misma deben ajustarse a las cuatro notas, que definen su identidad, y que han de ser acogidas cordialmente tanto por los pastores como por los fieles (AA 20). 
El Papa Juan Pablo II ha manifestado en distintos documentos y alocuciones la necesidad de dar un nuevo impulso a la AC para llevar a cabo la nueva evangelización. Concretamente, el año pasado (26.4.2002), decía a los miembros de la Asamblea Nacional de la AC Italiana: “La Iglesia no puede prescindir de la AC… La Iglesia necesita a la AC porque necesita a laicos dispuestos a dedicar su existencia al apostolado y a establecer, especialmente, con la comunidad diocesana un vínculo que dé una impronta profunda a su vida y a su camino espiritual. Necesita laicos cuya experiencia manifieste, de forma concreta y diaria, la grandeza y la alegría de la vida cristiana; laicos que sepan ver en el Bautismo la raíz de su dignidad, en la comunidad cristiana su propia familia con la que compartir la fe, y en el pastor al padre que guía y sustenta el camino de los hermanos; laicos que no reduzcan la fe a hecho privado y no duden en llevar el fermento del Evangelio a la trama misma de las realidades humanas y a las instituciones, al territorio y a los nuevos lugares de la globalización, con vistas a construir la civilización del amor”. De estas palabras del Papa se deducen un conjunto de características, de cualidades y virtudes, que deberían adornar la vida del cristiano laico, en este momento de la historia, para ser testigo del Evangelio de Jesucristo en la Iglesia y en la sociedad.
Resumiendo mucho la intervención del Papa, podríamos decir que la Iglesia y el mundo necesitan un laico, adulto en la fe, que viva la comunión eclesial, mediante su inserción en la diócesis, y que esté presente en la sociedad para impregnar las realidades temporales con los valores evangélico. 
La AC seguirá siendo necesaria para la Iglesia y para el mundo en el futuro, si se mantiene fiel a sus notas de identidad, escucha la voz del Señor desde la realidad y asume con gozo las invitaciones del Papa y de los Obispos para formar militantes cristianos con las características anteriormente señaladas. Para ello, es necesario que la AC haga una revisión de su trabajo apostólico y evangelizador y emprenda una sincera y constante conversión a Dios, a la Iglesia y a las exigencias de la nueva evangelización. 
Teniendo en cuenta la realidad social, cultural y religiosa del mundo de hoy y atendiendo a las indicaciones del Santo Padre, me atrevo a señalar algunos aspectos que la AC debería cuidar de modo especial en el momento presente.

1. – Especial cuidado de la espiritualidad y de la formación 
La sociedad actual está profundamente influenciada por el subjetivismo, el relativismo y la indiferencia religiosa. Estos criterios están afectando también a los miembros de la Iglesia por el hecho de pertenecer a esta sociedad. En los próximos años, solamente los cristianos, con una fuerte espiritualidad y con una sólida formación cristiana, podrán resistir los criterios de la secularización, dar razón de su esperanza y ser testigos del Evangelio de Jesucristo.
La AC, mediante el método de la revisión de vida, bien utilizado, y mediante sus planes y proyectos formativos, hace posible en sus militantes la experiencia del encuentro con Dios, con la Iglesia y con los hermanos. A partir del encuentro con Dios es posible que cada cristiano consiga de forma progresiva un nuevo modo de ser, de pensar, de sentir, de vivir y de afrontar la realidad en todas las circunstancias de la vida, acorde con los criterios evangélicos. De este modo, toda la vida y la actividad del militante cristiano, mediante el desarrollo de una fe madura, consciente y comprometida, se convierten en ocasión propicia para la escucha de la Palabra, para la adoración a Dios y para la extensión del Reino. 
La AC debe continuar impulsando la espiritualidad y la formación, que ha dado tan buenos resultados espirituales y apostólicos en todos sus militantes, pero ha de ofrecer e impulsar estos procesos formativos en las diócesis y en las parroquias para beneficio de todo el pueblo de Dios. 
En el futuro, los militantes de los Movimientos de AC deberán establecer prioridades en su acción apostólica y tendrán que pensar en la posibilidad de sacrificar una parte de su tiempo para dedicarlo a la formación integral, a la enseñanza de la oración y a la vivencia de las celebraciones litúrgicas por parte de otros hermanos, aunque no estén integrados en sus movimientos. Sólo, de este forma, los bautizados, con una deficiente formación cristiana o alejados de la Iglesia, podrán descubrir las exigencias de su vocación bautismal y vivir su compromiso apostólico.
A mi modo de ver, hoy existen dos peligros relacionados con la espiritualidad y la formación cristiana que acechan a la Iglesia y a los movimientos de AC. Por una parte, en tiempos de prisas y de activismo, como son los que nos tocan vivir, inconscientemente podemos caer en la tentación de pensar que somos nosotros, mediante nuestros compromisos y actividades, los que debemos salvar a la Iglesia y al mundo, olvidando que solo Dios puede salvarnos a todos. El Señor no nos pide que hagamos muchas cosas, sino que lo hagamos todo por amor. 
Por otra parte, los movimientos de AC, en ocasiones, pueden caer en la tentación de poner una confianza ilimitada en sus proyectos, programas, métodos o ideas. Todo esto hemos de cuidarlo y prestarle la debida atención, pero no debemos olvidar nunca que éstos son simples medios para evangelizar. Por tanto, si las exigencias de la evangelización así lo piden, los medios y los métodos pueden y deben cambiarse. Dios es el único absoluto. Él es el Señor de la historia y, por tanto, sólo en Él debemos poner nuestra confianza. Al decir esto, estoy pensando en los muchos bautizados que se acercan hoy a la Iglesia y a los movimientos apostólicos con una formación deficiente en contenidos doctrinales. En estos casos el método de la revisión de vida, aunque esté bien utilizado, puede no ser suficiente para impulsar la espiritualidad y la formación de estos bautizados. Por eso habrá que buscar la forma de introducir en los procesos formativos aquellos contenidos doctrinales y morales, imprescindibles para vivir la identidad cristiana.

2. – Comunión con los pastores y con todos los hombres
En la actualidad nos encontramos con un fuerte individualismo social y religioso. A esto tenemos que añadir, en ciertos grupos sociales, una concepción de la Iglesia, equiparable a cualquier otra institución social, en la que se ofrecen y se solicitan determinados servicios religiosos. Muchos cristianos nos han hecho nunca una reflexión sobre la Iglesia como misterio de comunión misionera, ni han descubierto su pertenencia a la misma como miembros vivos y activos.
Al contemplar esta realidad, el Santo Padre señala que la construcción de la comunión eclesial es uno de los grandes retos que los cristianos tenemos en este milenio, si queremos ser fieles a la Iglesia y a la sociedad. Para fomentar la comunión, es preciso tener siempre muy presente que ésta es ante todo un don de Dios a la Iglesia, que exige ser acogido con un corazón libre y generoso. La contemplación con los ojos del corazón del amor y de la unidad existentes entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, deben ayudar a todos los cristianos a practicar una espiritualidad de comunión y a desarrollarla en la acogida cordial a los hermanos y en la participación responsable en todos los instrumentos de comunión eclesial (cf NMI nn 43-45). 
El Evangelio, además, nos recuerda que la comunión con Cristo, mediante el don del Espíritu, es indispensable para dar frutos: “Separados de mi, no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Es el Señor el que nos ha elegido y el que nos envía en misión hasta los confines de la tierra para anunciar a otros el misterio de Dios, ayudándoles a vivir en íntima comunión con la Trinidad santa. ¿Cómo será posible anunciar a otros el misterio de Dios, si no se conoce, ni se vive en este misterio?
Los procesos formativos de la AC tienen como objetivo la formación humana, espiritual y doctrinal de los cristianos laicos, para que no solo estén en la Iglesia, sino para que se sientan miembros vivos de la misma. El distanciamiento de la Iglesia lleva consigo también el alejamiento de Cristo, al que se quiere entregar la vida. Pero, además, la AC, por sus notas identificativas, no solo está llamada a vivir la más plena y perfecta comunión eclesial, sino que está invitada también a ser promotora y constructora de comunión en el seno de la comunidad cristiana y en la realidad social fragmentada, divida y, en ocasiones, enfrentada. Esto, por supuesto, supone además de la coordinación y de la organización de un conjunto de actividades apostólicas, la vivencia de una espiritualidad de comunión sin la cual no es posible resolver los conflictos que puedan surgir en la convivencia y en las relaciones eclesiales. 
En el futuro, la AC, desde una actitud de diálogo cordial y fraterno, debe incrementar la comunión con el ministerio pastoral como garante y servidor de la comunión eclesial y debe implicarse con más decisión en el impulso, preparación y aplicación de los planes y proyectos pastorales diocesanos, ofreciendo su experiencia asociativa y sus conocimientos sobre las condiciones en las que ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia (AA 20). En este sentido, lo militantes de AC no deben olvidar que ellos libremente se comprometen a una “más estrecha” y directa “cooperación” y colaboración con el ministerio pastoral para la consecución de los “fines propiamente apostólicos de la Iglesia” (AA 20). 
Esta comunión fraterna entre el ministerio pastoral y el laicado debe ayudar al ejercicio de la corresponsabilidad eclesial. En este sentido, los movimientos de AC deben ofrecer su colaboración en las parroquias y en la diócesis para que los cristianos descubran que el deber de evangelizar es responsabilidad de todo el pueblo de Dios, como exigencia del sacramento del bautismo. Los Movimientos de AC no pueden caer en el error de vivir la comunión y la corresponsabilidad sólo al interior del propio movimiento, porque esto les incapacita para el diálogo interreligioso y para la práctica del ecumenismo. Además, si se cierran sobre sí mismos, en el futuro tendrán especiales dificultades para descubrir las riquezas humanas y espirituales de los restantes movimientos apostólicos y para valorar el trabajo pastoral de la parroquia, en la que deben celebrar la fe y en cuyo ámbito deben dinamizar la comunión y la corresponsabilidad eclesial de todos sus miembros. La AC pierde su razón de ser, cuando deja de ser impulso, fermento y servicio a todo el pueblo de Dios. 
Para vivir con estos criterios eclesiales, el cristiano laico debe ser muy consciente de que antes de pertenecer a un determinado movimiento o asociación, es miembro de la Iglesia universal, que tiene su concreción y realización en la Iglesia particular. Cuando se huye de la parroquia o se desprecian los proyectos pastorales diocesanos, ¿no se está negando la esencia y la identidad de la misma AC?

3. – Presencia evangelizadora en el mundo
Durante los últimos años se ha incrementado notablemente la participación de los católicos en las actividades pastorales intraeclesiales, pero, a pesar de los esfuerzos realizados, resulta muy difícil impulsar la presencia evangelizadora de los cristianos en la vida pública y en los “nuevos areópagos”. Con bastante frecuencia, la comodidad y las prácticas religiosas vacías de contenido están dificultando esta presencia de la Iglesia y de los cristianos laicos en el entramado social.
Sin embargo, la presencia pública de la Iglesia es una exigencia del encargo recibido del Señor, que la envía al mundo pero que esté en él, pero sin dejarse contaminar por los criterios del mundo. El Papa Juan Pablo II señala que los fieles laicos deben animar evangélicamente el orden temporal, desde una actitud de servicio a las personas y a la sociedad, y que “no pueden abdicar de su participación en la política, en la multiforme y variada actividad económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el Bien común” (ChL 42). 
La presencia en las instituciones sociales es el campo propio, aunque no exclusivo, en el que los cristianos laicos deben santificarse mediante la práctica activa del mandamiento del amor y mediante la participación e inserción en las realidades terrenas, siendo fermento y levadura en medio de la masa (EN 70). Los cristianos, al implicarse en la transformación del mundo de acuerdo con los criterios del Evangelio, han de tener muy presente que la gracia de Jesucristo resucitado y la fuerza del Espíritu Santo actúan constantemente en el mundo y en el corazón de los hombres. La humanidad, aunque viva alejada de Dios, continúa siendo objeto de su amor, porque todo ser humano ha sido creado a su imagen y semejanza y porque en lo profundo del corazón de cada persona existen ansias de trascendencia y deseos de la salvación de Dios.
Por otra parte, la causa del Reino no puede ser ajena a las situaciones carentes de humanidad, que se producen en la convivencia social y que están reclamando una mayor justicia y fraternidad entre todos. Como su Señor, la Iglesia debe pasar por el mundo haciendo el bien y curando las enfermedades y dolencias de los hombres (Lc 9,1-29). La Iglesia, “al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también las restauración de todo el orden temporal” (AA 5; ChL 15).
La AC es experta en este compromiso en el mundo, especialmente a través de sus movimientos especializados. Los planes de formación, la lectura creyente de la realidad y la incorporación de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia hacen posible que los cristianos, pertenecientes a los movimientos de AC, se comprometan progresivamente en la transformación de las organizaciones sociales, culturales, sindicales y políticas, desde la iluminación de la Palabra de Dios. Los militantes cristianos de la AC, asumiendo una austeridad de vida, pueden prestar un impagable servicio en las parroquias y en la diócesis, aportando su conocimiento de los problemas sociales, laborales y políticos y creando conciencia en la diócesis y en la parroquia de la dimensión social de la fe y del compromiso con los más pobres, en los que se hace especialmente presente el Señor (Mt 25). En el futuro, la AC debería cuidar especialmente en sus militantes la cercanía, la atención y a la ayuda a los marginados por la sociedad, a las “nuevas pobrezas”, como exigencia de la nueva evangelización. No debemos olvidar que la caridad de las obras confirma siempre la caridad de las palabras.

4. – Obispos y sacerdotes responsables de la AC
Estas exigencias evangélicas, planteadas a la AC, obligan a los pastores a prestar una especial atención y apoyo a sus movimientos, comprometiéndose especialmente a velar por la espiritualidad, la formación y la eclesialidad de sus militantes. Las deficiencias que, en ocasiones, se perciben en los movimientos de AC pueden venir provocadas por la pereza, la desgana y el desánimo de los pastores a la hora de atender a las personas integradas en los mismos. 
Los obispos y los presbíteros no debemos olvidar que con relación a la AC asumimos una responsabilidad especial, que debemos ejercer recomendando encarecidamente la incorporación a ella (ChrD n. 17). Los obispos y sacerdotes debemos cuidar especialmente la convocatoria y la acogida fraterna de los cristianos de nuestras comunidades, para que vivan su fe de forma asociada. Hemos de ser conscientes de que es necesario impulsar todos los carismas y ministerios en el pueblo de Dios, sabedores de que no será posible la nueva evangelización, mientras los cristianos laicos no asuman responsablemente su vocación y misión en la Iglesia y en la sociedad. 
Todo esto exige a los pastores y a los movimiento de AC fomentar actitudes de diálogo, de estima fraterna, de sincera comunión, de corresponsabilidad y trabajo común. Si es necesario y enriquecedor para el ministerio pastoral el trabajo pastoral desde la cercanía a los laicos, también es enriquecedor para estos colaborar apostólicamente con los pastores bajo su “superior” dirección.

5. – Conclusión
Todos somos conscientes de las dificultades que existen, en el momento presente, para el anuncio de la Buena Noticia y para la renovación espiritual de los movimientos de AC. Pero tendríamos que preguntarnos: ¿cuándo no han existido estas dificultades? Si estamos convencidos de que la AC es necesaria para la Iglesia, para la nueva evangelización y para la misma sociedad, hemos de colaborar con el Señor para hacerla posible. Pero, en esta gozosa misión, debemos tener muy presente que, ni la Iglesia ni la AC comienzan ni terminan en nuestros esfuerzos personales. Antes que nosotros siempre llega Dios, mediante su Espíritu, al corazón de cada persona y, por tanto, lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Aunque existan dificultades, no podemos perder la alegría, porque la cruz también forma parte de la vida de los evangelizadores, como formó parte de la vida de Jesucristo, el primer evangelizador. Tampoco podemos perder la paz ni la paciencia, ya que el futuro nos lo da Dios, porque es suyo y no nuestro.


III Encuentro Europa-Mediterràneo
POR UNA EUROPA FRATERNA. El contributo de la Acción Católica •Sarajevo, de septiembre 2003

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Mons. Atilano RODRIGUEZ - Obispo de Ciudad Rodrigo, Obispo Consiliario de la ACE
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