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Omelia – Mons. Domenico Sigalini

El quinto viernes después de Pascua 7 mayo 2010

El amor es el elemento unificador del universo Jn.15,12-17

El Papa Benedicto XVI nos lo ha querido decir con su primera carta universal dirigida a toda la iglesia y a todo el mundo. Dios es amor. Es la ley del amor que define nuestra existencia y la existencia del mundo. No son los intereses, no es el dinero, no es la suerte, no es el encanto, no es el poder, sino la capacidad de amar.

Para los Judíos que siguieron a Jesús nació en el corazón una pregunta que también surge a nuestras conciencias. ¿En qué consiste sobretodo la vida cristiana?¿Es un conjunto de normas y preceptos que fuerzan al cristiano a una visión del mundo bajo control, buena, pero enyesada?¿Es un conjunto de reglas de buenos modales políticamente correcto? Jesús dice: Yo les mando: ámense los unos a los otros. Esta es la única ley, este es el perno del mundo.

Los estudiosos de física, también en tiempos lejanos al nuestro, han alimentado siempre un sueño: demostrar que todas las fuerzas que emanan de la naturaleza tienen su origen en una sola fuerza. Se manifiesta de diferentes maneras, pero siempre es la misma fuerza: la gravedad, la electricidad, el magnetismo, la fuerza atómica. Con esto podemos entender aún mejor lo que quiere decir Jesús: quiere hacer entender a sus discípulos que es el amor que conecta todo y todo amor tiene una sola naciente, que es Dios.

El campo semántico del amor es muy amplio, es el amor fraterno, el de la amistad, es el filial, el materno y paterno, se exprime en sus máximas potencialidades y de participación en el arquetipo del amor entre el hombre y la mujer, pero el amor es uno solo. Es Dios que en sí
mismo es amor.
El cristiano entonces se debe sentir amado, se debe sentir elegido y como ser creyente debe responder solo a esta elección que Dios ha hecho por él. Ser cristianos no es sobretodo comportarse bien, sino por encima de todo saber de ser amados por Dios y aceptarlo. A menudo es así aún en la vida matrimonial. El amor es sobretodo dejarse amar y no de imponerse.

El amor de Dios sin embargo es de una calidad sola y definitiva: la más grande porque es de la serie del que dá la vida por los otros. Tener un Dios así exije que nos dispongamos a hacer lo mismo. La única gran esperanza de la vida es saber de ser amados por Dios hasta la locura.
Este amor que tiene la fuerza de Dios, va acogido y exige que haya personas que ayuden a hombres y mujeres de todo tiempo a dejarse plasmar del amor de Dios, para responder con generosidad a su abrazo, para reformular la propia vida según la ley de su amor, para ser convertidos por él y de “incendiar el mundo” como dijo Juan Pablo II a los jóvenes de Tor Vergata en el 2000.

La Acción Católica crece al calor de este amor, lo hace corroborar y lo testimonia en la sociedad, en la vida cotidiana, al asumir responsabilidades, que nacen siempre de una asidua contemplación cotidiana hecha de oración y de escuchar la Palabra.

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El quinto viernes después de Pascua 7 mayo 2010
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