Los rasgos del rostro de la Ac conciliar para el Tercero Milenio Beatriz BUZZETTI THOMSON – Coordinadora de Secretariado de FIAC
Veamos cuales son los rasgos del rostro de la AC en este inicio de tercer milenio. Para vislumbrar ese rostro debemos partir de la realidad fundante del Bautismo por el cual todos somos incorporados al Pueblo de Dios, hijos todos del Padre, miembros de la Iglesia, de la cual Cristo es la cabeza.
Por el Bautismo todos hemos sido llamados a la santidad. Esta es la vocación común de todos los christifideles, sean clérigos o laicos. Esta común vocación a la santidad adquiere en nosotros, laicos, características propias pues por vocación divina los laicos debemos vivir en el mundo y tender allí a la plenitud de la vida en la santidad. Es decir esta es la modalidad propia de nuestra existencia cristiana y es a la vez la función específica de nuestra tarea apostólica. El Concilio Ecuménico Vaticano II nos lo expresa con suma precisión: el ámbito propio de la tarea del laico en la Iglesia es “todo lo que constituye el orden temporal” (AA 7). “A los laicos les corresponde por su propia vocación tratar de obtener el reino de Dios, gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (LG 31). La Constitución Gaudium et Spes nos plantea con toda claridad esta misión eclesial del laico que es a su vez el camino de su santificación. Dice la Gaudium et Spes en su número 43: “el cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes para con el prójimo, falta sobre todo a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación”.
Es pues, con la conciencia de esta doble pertenencia a la comunidad eclesial y a la comunidad civil, que debemos vivir y ayudarnos a vivir la Iglesia, misterio de comunión misionera. Estamos llamados a hacer presente la Iglesia en el corazón del mundo y al mundo en el corazón de la Iglesia. Esta es exigencia derivada del Bautismo, para todos los laicos.
Nosotros hemos respondido al llamado del Señor y queremos vivir esta identidad laical desde nuestra especial vocación de Acción Católica.
¿Y qué es lo esencial de la Acción Católica? Cuáles son los rasgos de su rostro?
En la eclesiología conciliar de comunión y misión, se define la identidad de la Acción Católica a través del conjunto de las cuatro notas de Apostolicam Actuositatem: eclesialidad, laicidad, organicidad, colaboración con la Jerarquía (AA 20). En estas cuatro notas confluye la riqueza de la tradición y de la experiencia de la AC preconciliar.
La primer nota, la eclesialidad, es constitutiva de la AC, porque su fin es el mismo fin apostólico de la Iglesia, porque está llamada a trabajar para que la Iglesia testimonie su unidad en la diversidad ante el mundo y proclame audazmente el Evangelio a todos los hombres. Este fin apostólico de la Iglesia que la AC hace suyo, no se vive en abstracto sino que tiene su concreción histórica y geográfica en la Iglesia particular, en la Diócesis. La AC se caracteriza por su inserción en la pastoral diocesana.
La segunda nota, la laicidad, el carácter laical. La AC es obra de laicos que cooperan como tales con la jerarquía, aportando su experiencia y asumiendo su responsabilidad en la dirección y organización de la institución y en el desarrollo de sus métodos de acción. De este su carácter laical se deriva la responsabilidad ineludible de la AC en el trabajo apostólico en los ambientes.
La tercer nota: la organicidad. No se trata de la tarea de personas aisladas. En la AC los laicos trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico. Este estilo asociativo y comunitario tiene en cuenta las distintas realidades, las diversas etapas de la vida y los diversos campos apostólicos donde sus miembros deben prestar su servicio evangelizador tanto en la comunidad eclesial como en el espacio propio de la sociedad civil. Es una organización conducida por laicos que responde a la realidad de cada momento histórico y esta al servicio de la misión. La organización es esencial (no la forma organizativa concreta).
La cuarta nota, la colaboración con la Jerarquía completa, simultáneamente con las otras notas, la identidad de la AC. Esta especial vinculación con la Jerarquía requiere de la AC un particular servicio para la comunión y la misión. Está profundamente ligada a la servicialidad y la disponibilidad pastoral propia de la AC, a su concreta inserción en la Pastoral Diocesana. En función de este servicio y disponibilidad a los planes pastorales es que la Ad Gentes señala a la AC entre los ministerios necesarios para la plantación de la Iglesia (AG 17).
Luego del Concilio Ecuménico Vaticano II, el surgimiento de muchos movimientos laicales dio nueva vida a la Iglesia y aportó una gran riqueza en la variedad de carismas suscitados por el Espíritu. En este contexto se celebra el Sínodo para los Laicos, cuyas recomendaciones son recogidas en la Exhortación Apostólica “Sobre la vida de los laicos en la Iglesia y en el mundo” y allí Juan Pablo II nos explicita con claridad estas enseñanzas conciliares al ubicar, en medio del panorama de todos los movimientos eclesiales a la AC como aquella institución llamada a “servir, con fidelidad y laboriosidad, según el modo que es propio a su vocación y con un método particular, al incremento de toda comunidad cristiana, a los proyectos pastorales, a la animación evangélica de todos los ámbitos de la vida.” (ChL 31).
La AC esta llamada a vivir en plenitud la comunión eclesial, a ofrecer el testimonio de una comunión firme y convencida con el Papa y con los Obispos que se expresa en la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales y de un modo concreto en hacer suyos los planes pastorales trabajando junto otros movimientos y asociaciones.
La AC se compromete a una presencia activa en la sociedad humana, que a la luz del Magisterio Social de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad del hombre. Su acción no se dirige a un sector determinado sino a toda la comunidad y a todos los ámbitos y ambientes de la sociedad, como la misma Iglesia. En la infancia, la juventud, la adultez, la familia, el mundo del trabajo, de la cultura, de la política, de la economía, de la educación, de la ciencia y del arte, en todos quiere ser presencia y expresión de Iglesia, quiere plantar el Evangelio y plantar la Iglesia.
Para lograr esta misión la Christefidelis laici señala que la AC cuenta con un estilo formativo propio. La formación es pues también esencial a la AC. Una formación que tiene sus notas características:
Formación para la comunión: entendida como el desarrollo de una especial sensibilidad para crear comunión, comunión en la Iglesia, comunión en el mundo. Para ello es necesario amar, sentir la Iglesia, esta Iglesia concreta; amar, sentir como propia esta realidad social y cultural concreta, en la que vivimos y en la que Dios nos pensó desde toda la eternidad. Sólo así podremos ser constructores de reconciliación en medio de nuestras comunidades y países.
Formación que conduzca a la unión de fe y vida: que posibilite ser testigos de la Resurrección en nuestros ambientes.
Formación en la Doctrina Social de la Iglesia: que permita impregnar el ámbito de la cultura, de la política, de la economía, de la educación, de la salud, del arte, de la comunicación, de la familia.
Una formación en el crecimiento interior y progresivo de la santidad de vida, de una espiritualidad de encarnación.
En síntesis: una formación para la comunión, que conduzca a la unión entre fe y vida y al crecimiento interior y progresivo de la santidad de vida laical. La formación en la AC expresa el dinamismo bautismal y tiene como objetivo lograr cristianos conscientes de su ser bautismal y de su responsabilidad en la Iglesia y en la sociedad. Justamente la Ecclesia in Europa n. 41 se señala la necesidad de programas pedagógicos que capaciten a los fieles laicos a proyectar la fe sobre las realidades temporales, y que proporcionen no solamente doctrina y estimulo sino también una orientación espiritual adecuada que anime el compromiso vivido como autentico camino de santidad,
Estos son los rasgos esenciales del rostro de la AC, la de ayer, la de hoy y la de siempre, la de aquí y la de tantos otros países en todo el mundo. Este es el don, permanente del Espíritu Santo a su Iglesia.
Descubrimos en la AC de los distintos países distintas formas de concretar estos rasgos esenciales, de acuerdo a las características históricas, culturales y eclesiales de cada lugar. Pero a todos se nos exige hoy una profunda mirada a nuestro interior para revisar en que medida encarnamos hoy estos rasgos del rostro de la AC.
Esto supone el empeño renovado en la búsqueda y construcción del bien común. Es urgente que nosotros nos comprometamos y sumemos a otros en esta búsqueda y construcción del bien común.
Esto exige una tarea formativa, una profunda revisión de nuestras actitudes pero también y simultáneamente una acción decidida. Todos tenemos algo que hacer, en nuestras comunidades, en nuestros países, los niños, los jóvenes, los adultos, nadie puede sentirse excluido. Es necesario contribuir a la renovación de las parroquias como nos lo pide la Ecclesia in Europa para que sean “un espacio para un real ejercicio de la vida cristiana, para que sean un lugar de autentica humanización y socialización tanto en un contexto de dispersión y anonimato de las grandes ciudades modernas, como en las zonas rurales de escasa población” (Cf EiE, 15).
Si nos comprometemos en serio en esta tarea podremos posibilitar el advenimiento de una Europa nueva, que dé una respuesta a esta justicia tan largamente esperada por tantos hermanos nuestros y que sea la base de un mundo, más humano, más fraterno, más solidario.
Sabemos por la fe que este momento que nos toca vivir pertenece al designio del Padre y es esencialmente tiempo de gracia, tiempo de salvación. Jesús nos abre el camino para convertirlo en tiempos providenciales, tiempos de esperanza.
Escuchemos las palabras de Juan Pablo II: “Duc in altum Acción Católica”, y tengamos el coraje del futuro.
III Encuentro Europa-Mediterràneo
POR UNA EUROPA FRATERNA. El contributo de la Acción Católica •Sarajevo, de septiembre 2003
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