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CCiudadanos Cristianos para la Europa de mañana – Documento final

Madrid, 3 de marzo de 2007

I. La identidad cultural y espiritual del “viejo continente”

1. Los cristianos miran al futuro de Europa con la esperanza que emana de la fe en Jesucristo, verdadero y único príncipe de la paz. “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas”. Las palabras pronunciadas por Robert Schumann en la famosa Declaración del 9 de mayo de 1950 – que llevará al cabo de un año a la puesta en marcha de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (1951) y después a la fundación de la Comunidad Económica Europea (1957) – resuenan hoy con extrema actualidad. Transcurrido medio siglo, caído el Muro de Berlín, terminada la “guerra fría”, (con la consiguiente creación de países independientes al interior de Europa), cumplido el proceso de descolonización, las palabras del entonces ministro de Exteriores francés llaman aún a Europa a su primera y verdadera vocación: ser “constructora de paz”, dentro de sus fronteras y en el tablero mundial.

2. La actual fase histórica muestra notables diferencias con la realidad de la segunda postguerra. Sin embargo constatamos cada día nuevas amenazas a la paz y a la convivencia entre los pueblos: baste pensar en todos los conflictos en curso; al terrorismo internacional; en la inestabilidad política de tantas áreas del planeta; en el hambre, las enfermedades, el analfabetismo y en las profundas desigualdades socio-económicas que gravan sobre una gran parte de la población mundial.
El diseño de una Europa “unida en la diversidad” y portadora de paz avanza a fatiga. Las instituciones de la Unión Europea experimentan en esta fase múltiples obstáculos en su camino. El doble “no” a la Constitución, llegado en 2005 de parte de los electores franceses y holandeses, ha representado un timbre de alarma para indicar que la UE está todavía demasiado alejada de los ciudadanos y de sus exigencias reales. Esta de hoy aparece como una Europa “sin sueños”, que se arriesga a alejarse del diseño solidario preconcebido por los “padres fundadores”. Una UE a merced en su interior de reforzados nacionalismos y solicitada, desde el exterior, por los grandes retos puestos por la mundialización de los procesos económicos, demográficos, políticos y militares. Esta Europa comunitaria tiene hoy necesidad de un nuevo impulso que surge de un compromiso personal: el compromiso de conocerse a sí mismos, a unir su propia identidad con la del otro, para generar una auténtica comunidad. No por caso, en repetidas ocasiones la Iglesia ha afirmado su confianza en el proceso de integración política, aún apuntando obstáculos y límites.

3. Las palabras pronunciadas el 10 de enero de 2005 por el desaparecido Papa Juan Pablo II ante el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, son ejemplares: “Como ejemplo, ciertamente privilegiado, de paz posible bien puede ser puesta Europa: naciones un tiempo ferozmente adversarias y opuestas en destructivas guerras, se encuentran hoy juntas en la Unión Europea, que durante el pasado año se ha propuesto consolidarse posteriormente con el Tratado Constitucional de Roma, mientras queda abierta a acoger a otros Estados, dispuestos a aceptar las exigencias que su adhesión comporta”. Una paz que – se lee entre líneas – requiere la construcción de una democracia madura (en referencia a la Constitución) y de una “casa común” abierta a nuevos miembros que compartan los grandes valores y los objetivos comunitarios. Al mismo Juan Pablo II se atribuyen un millar de intervenciones (documentos, discursos, exhortaciones, homilías…) que desarrollan la intuición “europeísta” ya reconocible en la enseñanza de Pablo VI. El Pontífice polaco ha promovido dos Sínodos de los Obispos europeos, uno al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, el otro en las vísperas del nuevo milenio; ha trabajado por la superación de los “muros” que dividían Europa, de manera que pudieran confluir Oriente y Occidente, “los dos pulmones” – según una célebre expresión suya – de los que Europa no puede prescindir si quiere respirar”. Wojtyla ha girado a lo largo y a lo ancho del continente en numerosos viajes, predicando la concordia, la escucha y el perdón recíprocos, así como la tutela de la vida, la defensa de los derechos y de las libertades fundamentales y auspiciando un reforzado diálogo intercultural e interreligioso. Ha insistido en indicar algunos “patronos” – Benedicto, Cirilo y Metodio, Santa Catalina de Siena, Edith Stein, Brígida de Suecia – emblemas de una identidad espiritual y cultural común, que hunde sus raíces en los siglos pasados, entendidos como fundamento para la Europa del futuro, unida en su interior y abierta al mundo, comprometida en edificar la paz y solidaria hacia las naciones más pobres del planeta.

II. Cristianos protagonistas. La enseñanza de la Iglesia

4. En este marco se comprenden las acaloradas y reiteradas llamadas para que fuera insertada en el preámbulo de la Constitución de la UE una clara referencia a las “raíces cristianas” del Continente. “Europa que estás en los inicios del tercer milenio: ‘reconócete a ti misma. Se tu misma. Redescubre tus orígenes. Reaviva tus raíces’. En el curso de los siglos – escribe Juan Pablo II en Ecclesia in Europa en el n. 120 – has recibido el tesoro de la fe cristiana. Eso funda tu vida social sobre los principios del Evangelio y se descubren las huellas en las artes, la literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia no pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el futuro, a transmitir a las futuras generaciones”. También nosotros deseamos proponer la petición de un reconocimiento adecuado a la herencia cristiana, que ha ayudado – junto a otras tradiciones – a plasmar el rostro espiritual, social, cultural y religioso de Europa. A la invitación a reconocer las raíces cristianas de Europa corresponde por tanto también la invitación a reconocer y respetar los valores y los símbolos religiosos y a garantizar la libertad de culto y de testimonio público de la fe. Al proyecto de la recomposición espiritual, cultural, política y social de Europa, los cristianos están llamados a hacer su contribución “con la aportación de comunidades creyentes que quieren realizar el compromiso de humanizar la sociedad a partir del Evangelio vivido en el signo de la esperanza”. Pero también mediante “una presencia de cristianos, adecuadamente formados y competentes, en las distintas instancias e instituciones europeas, para concurrir, en el respeto de los correctos dinamismos democráticos y a través del debate de las propuestas, para delinear una convivencia europea cada vez más respetuosa de cada hombre y cada mujer y, por eso, conforme al bien común” (Ecclesia in Europa, n. 117).

5. En esta misma dirección aparecen orientadas algunas llamadas recientes de Benedicto XVI, que ya ha dedicado a Europa numerosas intervenciones, así como el trabajo de los organismos eclesiales europeos, in primis el CCEE (Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas) y la COMECE (Conferencia de los episcopados de la Comunidad Europea). Invitando a no olvidar la identidad y los fundamentos espirituales de la comunidad europea de los Estados y de los pueblos, Benedicto XVI ha afirmado: “Ni una unión más o menos económica ni un cuerpo burocrático de normas que regulan la coexistencia pueden satisfacer completamente las expectativas de la gente sobre Europa. Los profundos orígenes de una ‘vida común’ europea estable y sólida se encuentran en las convicciones comunes y en los valores de la historia y de las tradiciones cristianas del continente. Sin una auténtica comunión de valores es imposible construir esa comunidad sólida de derechos que los hombres y las mujeres de nuestro continente esperan” (Discurso al Embajador austríaco ante la Santa Sede, 18 de septiembre de 2006). Una atención especial merece, en el ámbito de una reflexión sobre el papel de los cristianos como constructores de la Europa del mañana, el documento de la COMECE titulado: El futuro de la Unión Europea y la responsabilidad de los católicos. Los mismos obispos de la Comece, conscientes de que “la Unión Europea necesita construirse sobre una sólida comunidad de valores” (Valores comunes – la fuente vital del proyecto europeo, 1), con ocasión del 50 aniversario del Tratado de Roma, han promovido un Congreso sobre “Valores y perspectivas para la Europa del futuro” (Roma, 23-25 de marzo de 2007), ampliado a movimientos y organizaciones católicas, a las que deseamos acompañar con la oración y al que no falta la aportación de algunos representantes nuestros. También el grupo de “Iniciativa de Cristianos por Europa” ha elaborado una llamada que deseamos retomar y relanzar: “Nosotros afirmamos que la construcción europea sigue apoyada en un proyecto más amplio, que acrecienta su sentido y que sigue teniendo la misma candente actualidad: la reconciliación entre los pueblos para construir un espacio de paz, de derecho, de prosperidad y de solidaridad, un espacio abierto y al servicio del mundo” (Reencontrar el sentido de la construcción europea).

III. Nueva evangelización: ámbitos de compromiso

6. En este panorama de los “horizontes europeos” en los cuales los cristianos estamos llamados a ser un testimonio verdadero y eficaz, llamados a un renovado y entusiasta compromiso por una “nueva evangelización”, se pueden enunciar algunas atenciones específicas, en torno a las cuales poder confrontarse en ocasión del IV Encuentro FIAC europeo-mediterráneo: A partir de aquí, con ocasión del IV Encuentro europeo-mediterráneo, hemos enunciado algunos ámbitos específicos de compromiso:

a) El compromiso en el ámbito cultural. El testimonio cristiano tiene hoy más que nunca, de una “fe amiga de la inteligencia” (Benedicto XVI), capaz de dialogar con la cultura y las culturas, a través del debate libre y sereno, en una real “contaminación positiva” entre las tradiciones, las costumbres, los saberes, los idiomas. Elementos que – tomados en conjunto – muestran el rostro de la Europa de hoy. Como cristianos continuaremos a proponer – como patrimonio irrenunciable de la tradición europea – una cultura de promoción de la vida y de rechazo del racismo, de las nuevas formas de esclavitud, de los abusos a menores, a los ancianos y a los inmigrantes irregulares. Se inserta en esta perspectiva también la promoción de una cultura de la familia fundada en el matrimonio como “santuario de la vida”. Juan Pablo II ha dirigida una llamada a las familias cristianas de Europa: “Familias, sed lo que sois”. Del mismo modo, nos comprometemos a promover – en colaboración con otras realidades y asociaciones humanitarias – una cultura de la solidaridad, atentos a las necesidades de los pobres, de los débiles, los enfermos, los excluidos y los que sufren. Así la fe cristiana podrá continuar siendo “sal y levadura” para la vida diaria, ayudando a Europa a comprender que la herencia cristiana está inscrita en su “ADN” original y es parte fundamental de su moderna identidad.

b) El compromiso formativo. Esta es una condición indispensable para hacer a los ciudadanos europeos conscientes de la necesidad de una Europa unida políticamente, coexionada en el plano social y cultural, guiada por unos principios compartidos fundados en principios fundamentales de la dignidad de la persona humana y del bien común y abiertos a proyectos a largo plazo. Solo una que sepa ser laboratorio de ciudadanía activa y de sana laicidad, portadora de valores como la dignidad humana, la libertad, la solidaridad, la democracia, la igualdad fundamental entre las personas puede abrir vías nuevas: para afrontar la acuciante problemática demográfica (entre ellas el envejecimiento progresivo de la población y las migraciones) para promover la libertad y la justicia social, para acercar el Sur y el Norte, el Este y el Oeste del planeta; para sostener el diálogo entre las civilizaciones y las grandes religiones y ayudar concretamente al desarrollo de los países más pobres;

c) El compromiso ecuménico e interreligioso. “La tarea más importante de las Iglesias en Europa es anunciar juntos el Evangelio con palabra y obras para la salvación de todos los hombres” (Charta Oecuménica, 2).
Con la mirada puesta en la Asamblea ecuménica de Sibiu en 2007, los cristianos deberían abrir de par en par los corazones a la riqueza que surge del diálogo ecuménico e interreligioso; un diálogo particularmente atento a suscitar ocasiones de encuentro entre todos los hijos de Abraham. Este es un aspecto que recientemente ha asumido un interés posterior con el ingreso en la UE de dos países como son Rumania y Bulgaria mayoritariamente ortodoxos. Las divisiones entre los cristianos aparecen aún más lacerantes en una época que, aún entre mil dificultades, Europa busca una unidad en el campo económico y político. Así, en esta era globalizada, que hace cerrado el debate entre los pueblos y las civilizaciones, las religiones pueden ayudar a comprender que es posible recorrer juntos el camino de la vida, en el respeto recíproco, en la escucha del otro, en el encuentro compasivo que genera comprensión y esperanza en el futuro. El discernimiento común y la escucha de la Palabra de Dios deben acompañarnos constantemente: “¡Iglesia en Europa, entra en el nuevo milenio con el Libro del Evangelio!… Continúe la Sagrada Biblia a ser un tesoro para la Iglesia y para cada cristiano: en el estudio atento de la Palabra encontraremos alimento y fuerza para desarrollar cada día nuestra misión” (Ecclesia in Europa, 65).

Todas las asociaciones de Acción Católica reunidas en el FIAC dan gracias al Señor por el don de este encuentro, que ha hecho posible la celebración, una vez más, las maravillas a nuestro alrededor, y se comprometen a dar concreta actuación a estas líneas, conforme a su identidad y a su historia.


IV Encuentro Continental Europa-Mediterraneo
DÓNDE VA EUROPA? Los cristianos Valores y esperanza de futuro •Madrid, 1-4 de marzo de 2007
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Madrid, 3 de marzo de 2007
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