La diócesis di Vrhbosna-Sarajevo Mons. Pero SUDAR – Auxiliar de Sarajevo
Desde hace diez años la Iglesia de Vrhbosna-Sarajevo oscila entre la esperanza y el miedo. La esperanza la toma de la fe, porque todo lo que le ha sucedido, no solo en los últimos diez años, sino en los últimos siglos, habría escrito su epitafio si su vida no estuviera garantizada por la voluntad divina. Baste recordar solo el hecho que en cinco siglos el número de los católicos en esta tierra se ha reducido de casi el 90% al 17%, que en el transcurso de la última guerra ha disminuido. A pesar de esto, dentro de nosotros resta siempre la temida pregunta ¿hasta cuando seremos dignos de esta mano protectora? ¿hasta cuando seremos capaces de creer en la realidad y en los valores sin los cuales ni siquiera Dios puede hacer vivir un pueblo y a su Iglesia encarnada en él?
Como toda la Iglesia en Bosnia-Erzegovina, después de la constitución de la jerarquía ordinaria acaecida hace 120 años, la archidiócesis de Vrhbosna ha vivido sucesos desconcertantes, períodos largos de lenta recuperación y breves períodos de florecimiento. Podía sobrevivir a los 400 años de la persecución otomana solo una Iglesia de profundas raíces, ayudada por el gran empeño de los padres franciscanos, nacidos y nutridos por la fe del propio pueblo. Las dos guerras mundiales y los difíciles post-guerra, particularmente el comunista, han dejado los signos del nuevo martirio. A pesar de esto, o quizá precisamente a causa de esto, esta Iglesia se ha mantenido rica en la fe y en la fidelidad de sus gentes. El porcentaje de los que, aún durante el comunismo, acudían a la Misa dominical y que recibían los sacramentos era muy elevado. En los pueblos casi el 100%. La fuerza de las asociaciones eclesiales en el período entre las dos guerras, entre ellas la Acción Católica, y la inagotable riqueza de las vocaciones espirituales, hasta hace algunos años, han constituido la prueba de su vitalidad.
La última guerra-genocidio, con la llamada “limpieza étnica”, ha dejado consecuencias desastrosas. En 144 parroquias han sido dañados o completamente destruidos 690 edificios eclesiales. Un tercio de las iglesias parroquiales (52) ha sido totalmente destruido. ¡Los párrocos y la gente han podido permanecer solo en 60 sedes parroquiales! De los 528.000 fieles que se han declarado católicos durante el comunismo, al terminar la guerra quedaban unos 186.000. En cuatro años de guerra la Archidiócesis ha perdido 342.600 católicos. Animada por los mensajes del Santo Padre, esta Iglesia particular, junto con las otras en Bosnia-Erzegovina, ha intentado hacer frente al mal y a la destrucción. Con numerosísimos comunicados ha condenado los crímenes animado los intentos positivos. Ayudada por las Iglesias de Europa a través de acciones de sus instituciones humanitarias ha intentado hacer creíble las palabras fundadas en el Evangelio.
La credibilidad conquistada durante la guerra, por diferentes y no aclarados motivos, se ha perdido en su mayor parte. La solución política, el modo de promover la paz por parte de los representantes de la comunidad internacional, la intolerancia de fondo y la situación económica, han creado en los católicos un sentimiento de desconfianza y de temor al futuro. El paro (44,3 %), los obreros sin salario (9,3%), la pobreza creciente (el 56,1% sin las necesidades básicas cubiertas, el 33,3% de las familias tiene que vivir con 150 euros al mes, los trabajadores en lista “de espera” reciben 20 euros al mes, el 93% de los ciudadanos piensa que no pueden sobrevivir económicamente en Bosnia y Erzegovina) y la situación actual no promete nada bueno (el 42,2% teme una nueva guerra), desanima a los prófugos a volver y anima a los jóvenes a marcharse (el 76% querría dejar Bosnia-Erzegovina). Diciendo esto explico también los motivos del escaso retorno de los católicos. En ocho años de tregua , de los 342.600 católicos de nuestra diócesis, solo 31.921 han vuelto a sus casas y la mayor parte ancianos y pobres. La estadística demuestra que el año pasado han sido bautizados 2.528 personas, casi dos tercios menos respecto a 1991 (6.644). A pesar de eso el número de sacerdotes presentes en la diócesis (325) es mayor que en 1991 (entonces eran 257).
La Iglesia no ha podido ni querido preocuparse demasiado por la situación política injusta, por las condiciones económicas desesperantes y por la escasa disponibilidad al retorno de su gente. Alimentándose de la esperanza del Evangelio y del gran valor de sus sacerdotes, oficialmente ha regresado a 80 parroquias. Solamente en cuatro no está la presencia física de los sacerdotes y no se ha empezado la reconstrucción de los edificios religiosos. Esta y todas sus actividades están dirigidas a hacer sobrevivir a la Iglesia poniendo signos de esperanza.
Todo esto ha sido posible gracias a la solidaridad de las Iglesias en Europa, a través de la intervención de las Conferencias Episcopales, de las Cáritas, de los hermanamientos entre nuestras parroquias destruidas y las diócesis y las parroquias, también algunas asociaciones diocesanas y parroquiales de Acción Católica. Agradecemos a todos los que nos han estado y siguen estando cercanos en este empeño constante por sobrevivir como Iglesia y como pueblo, y ser la mano tendida a los otros.
En estos últimos decenios Occidente habla con mucho entusiasmo de convivencia, de ecumenismo y de diálogo. A veces nos parece que se olvida que solo los vivos pueden convivir y solo los que están enraizados en la propia identidad pueden hacer su aportación al ecumenismo y al diálogo – tan necesario – entre los diferentes. A pesar de la experiencia que la atemoriza, esta Iglesia quiere ser profundamente ecuménica y dialogante.
Pero para poder serlo verdaderamente, debe sobrevivir. Y solo será posible cuando sus miembros puedan vivir dignamente su identidad religiosa, nacional y cultural en Bosnia y Erzegovina. Según mi opinión, en nuestro país no es ya prioritaria la demanda de cómo ayudar a volver a los católicos que han sido expulsados, sino cómo ayudar a quedarse a los que no se fueron. Las consecuencias de la política, ya sea la de la comunidad internacional que no comprende la situación, ya sea la interna que no quiere mejorarla, no nos animan. Tanto más son importantes los signos que nuestra Iglesia, ayudada y animada por la Iglesia universal, intenta dar. Nuestra presencia, importante en esta tierra frágil, no será posible sin la ayuda de la Iglesia universal, especialmente de la europea.
Bajo esta luz y esta perspectiva veo el encuentro europeo del FIAC en Sarajevo. ¡Y doy las gracias a quienes lo han querido y realizado!
Gracias por vuestra atención y vuestra presencia.
III Encuentro Europa-Mediterràneo
POR UNA EUROPA FRATERNA. El contributo de la Acción Católica •Sarajevo, de septiembre 2003
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