Los problemas que nos unen: El testimonio de l’Este Alexandru CISTELECAN – Europa de l’Este, Rumania
1. – La fe
2. – La cultura
3. – La historia
4. – La esperanza
1. – La fede
La paradoja de todos los problemas que nos unen es son los mismos que nos separan. Cada uno de ellos es ambivalente, tiene su lado constructivo y su lado disonante, si no destructivo.
Nos une la fe, por ejemplo, pero nos separa la confesión, o sea su interpretación. Tenemos las mismas raíces, pero hemos crecido diversamente.
Esta diferencia, por otra parte tiene su lado positivo y su lado y su lado negativo. Por una parte contribuye a la riqueza espiritual de Europa; por otra, puede contribuir y a menudo lo hace, a la tensión.
Como se ve, Dios nos ha dejado espacio para nuestro libre albedrío, para nuestra libertad de opción y de acción también en este campo. La conflictividad espiritual no es una novedad para Europa, pero de cualquier modo se ha llegado al diálogo y a la convivencia.
No faltan el diálogo, la colaboración, o quizá la tolerancia hacia otras confesiones ni siquiera en el Este.
Pero tampoco faltan las tensiones, la desconfianza, los contrastes. El paisaje eclesial/religioso en el Este es mucho más variopinto que en el Oeste. Casi no hay ningún país que sea, desde este punto de vista, multicolor.
Por todas partes hay una religión dominante, frecuentemente superdominante, pero hay también minorías. Minorías religiosas que pueden ser, al mismo tiempo, minorías étnicas. Y en este caso sucede con frecuencia que sean percibidas como “extranjeros”, con alguna oleada de resentimiento y con cierta, continua, aunque sí dominada – xenofobia. Más grave se presenta el caso cuando se trata de las minorías religiosas que pertenecen, étnicamente, a la misma nación. Aquí nos acusan de traición, de fragmentación de la unidad nacional. El concepto de monoconfesionalismo rige todavía en nuestros países, aunque si la retórica se ha actualizado a las exigencias del ecumenismo.
Puede parecer extraño solamente que el argumento a favor del monolitismo confesional nos venga del Oeste, donde, en efecto, hay naciones compactas, confesionalmente hablando.. La nación = la religión es un concepto todavía vivo, pero que no coincide con la realidad. Tanto es así que en algunos países del Este, por ejemplo, la Iglesia católica bizantina ha contribuido en grado significativo al surgir y resurgir de las respectivas naciones, y en este caso las acusaciones de “traición” son percibidas dramáticamente por su injusticia. El fenómeno de la culpabilización continua se añade al hecho que, en el postcomunismo las iglesias bizantinas siguen teniendo dificultades al recuperar su patrimonio. Era verdaderamente bello el cuadro del centro de las ciudades de Transilvania, por ejemplo, entre las dos guerras: una catedral ortodoxa en un lado de la plaza, una catedral católica (latina) al otro lado, una catedral greco-católica en otro y una catedral reformada que cerraba el cuadrilátero. Ahora este cuadro raramente es tan colorido. Dios es uno, como saben todos los creyentes, las iglesias, muchas. Estas últimas deben ser las vías que nos lleven al mismo puerto. Tal como hemos llegado nosotros aquí a Sarajevo. Es cierto que si alguien nos dijera que hemos emprendido el camino equivocado nos tendrá que demostrar que, en efecto, no hemos llegado a Sarajevo.
Nos une y nos separa al mismo tiempo no solo nuestra pertenencia a una identidad confesional, sino también nuestro modo de vivir concretamente y cotidianamente la fe. Un buen amigo mío iba con frecuencia a un bar que tenía cerca: para tomar un café, una cerveza cigarrillos. Y regularmente era estafado de algún céntimo. Siguió yendo al fin, por curiosidad, por ver hasta qué punto esta costumbre podía continuar. Además se habían hecho casi amigos, él y la señora, se conocían desde hacía tiempo. Pero un día halló a la señora de ese bar en la iglesia y se quedó sorprendido de su fervor, de su devoción, de cómo rezaba ante todos los iconos. Y supuso que se había equivocado completamente, que había sucedido algo, que la mujer se había “convertido”. Y se fue al bar con toda confianza. Pero aquí no había cambiado nada: la actitud de la señora era la misma, le estafaba con la misma desenvoltura. Y en efecto la iglesia se hallaba en la otra parte de la calle. No en la vida diaria de la señora, que se desenvolvía en la otra. Y es precisamente esta esquizofrenia de la vida religiosa que caracteriza también la vida social, donde la corrupción está presente. Dios efectivamente está encerrado en sus iglesias y sus mandamientos casi no inciden en la vida. Es un Dios festivo, que está bien en la televisión en compañía de los políticos. Y las separaciones confesionales vuelven a unirse en la esperanza que Dios vuelva a lo cotidiano.
2. – La cultura
A la cultura rumana se la define como un puente entre Oriente y Occidente. Probablemente sucede y es válido también para otras culturas del Este, aunque en grado distinto. Pero es un hecho que Rumania se ha modernizado política, social y culturalmente bajo el influjo de Occidente.
Desde el siglo XVIII se desarrolla desde este proyecto occidentalizante. Todos los movimientos políticos han tenido un eco significativo en la cultura rumana. Y han sido frecuentemente determinantes. La historia de Rumania casi se ha sintonizado con la de Europa. Pero no en menor medida se nota todavía hoy la influencia oriental. De esta mezcla Rumania elabora su diferencia. Dirige hacia Oriente, como diferencial de identidad, lo que ha tomado de Occidente y hacia Occidente lo que ha tomado de Oriente. Es una dialéctica de identidad normal y al mismo tiempo dinámica. Los rumanos se definen europeos, pero las diferencias se notan a veces fuertemente: en las costumbres, en la mentalidad, en las actitudes.
A principios del siglo pasado, Raymond Poincaré, futuro presidente de Francia, entonces simple abogado llegado a Bucarest para un proceso, detectó rápidamente estas diferencias y nos dejó como herencia un dicho célebre, que aún ahora las define perfectamente: “nous sommes ici aux portes de l’Orient, ou tout est prise à la légère”. Con ligereza, con facilidad se tratan también hoy los asuntos más graves. Está bien quizá por un lado, porque revela el sentido del humor, pero por el otro, ciertamente es negativo por el sentido real del compromiso. Frecuentemente, a causa de esta ligereza, hay un divorcio entre las palabras y los hechos, entre discursos y actividades. Entusiamo en las palabras y escepticismo en los hechos, donde también se siente una divergencia notable. El problema es saber si Dios está de parte de las palabras o de los hechos. No hay diferencia, me diría cualquiera. Para él. Pero la historia que os he contado nos indica que Él está más bien de la primera parte.
La cultura es historia y proyecto. Una no es más importante y determinante que el otro. El proyecto cultural del Este es también ambivalente: la recuperación de la identidad, de las raíces y de las diferencias, de una parte y sintonizarse con Occidente de la otra. Son como dos vasos comunicantes. Solo que hoy, con la globalización, que es también cultural, la primera tendencia se hace cada vez más dramática. Existe un extracto de la cultura que sigue el movimiento de uniformación, de monotonía (la cultura media, la cultura del consumismo, etc.) y hay otros extractos que miran a la diferencia: por una parte la cultura “turística” que quiere valorizar las tradiciones del lugar, y por otra la cultura “de élite” que mira siempre hacia la originalidad.
Pero también en esto es más lo que nos une que lo que nos separa, que nos diferencia: no tanto la única cultura media es lo que nos unifica, cuanto la curiosidad por las diferencias, el valor de las diferencias.
3. – La historia
La historia. Para los países del Este la historia es como un péndulo. Un movimiento nos une a la historia de Europa, otro nos separa. El penúltimo movimiento que ha habido para nosotros, el comunismo, nos ha separado de Europa. El último nos lleva, esperamos todos, a Europa. Entonces la historia de Europa será una sola historia, una única historia. Pero en el Este la historia reciente ha dejado traumas graves. Son divergencias de tipo político, económico, de mentalidad que deben ser subsanadas rápidamente. Mi pueblo fue adoptado, durante el comunismo, por un pueblo belga, en el marco de la Operación Pueblos Rumanos, cuando se difundió la noticia que Ceausescu quería destruir los pequeños poblados. Los belgas llegaron con ayuda humanitaria apenas supieron la caída del régimen. Era invierno, Rumania no tenía las carreteras en condiciones y mi pueblo no las tiene ni aún ahora. Es difícil llegar aún en verano y conociendo bien el camino. Pero los decididos belgas llegaron de todos modos. Llevaron para dar a conocer su pueblo a mis conciudadanos, un álbum de fotos, una brevísima historia en imágenes. He visto ese álbum en el que había fotos de entre las dos guerras. No había diferencia, entonces, entre su pueblo y el mío. Eran los mismos vestidos (de fiesta, porque eran “fotos de domingo”), las mismas botas para los hombres, la misma camisa blanca, el mismo abrigo negro y el mismo sombrero de paja. Tampoco las mujeres vestían muy diferente, quizá con otros colores. La factoría era casi idéntica: en un lado la casa, en el lado opuesto las cuadras. En el mismo lugar estaban las gallinas. Y también el estercolero. Las calles eran como las nuestras, impracticables, dependían del cielo. Se puede decir que entonces era una única Europa. Pero ahora son drásticamente dos: mi pueblo está casi igual, el belga lo conocéis todos porque son así por toda Europa. En Rumania se puede tomar como lugar de vacaciones. Si hay un alvear es solo por decoro, es un símbolo para el recuerdo. Pero no hay mal sin bien. Si alguien quiere redescubrir la vida campesina en su autenticidad y antigüedad debe venir a mi pueblo, no al belga. Si quiere retroceder en la historia, porque la historia como diferencia se ve concretamente allí.
4. – La esperanza
Es quizá la única que no es doble.
Pero en el Este la esperanza se vive antes que nada como esperanza económica. Para una esperanza así es necesario esperar, hace falta paciencia. Pero ¿qué paciencia para estos hombres que han vivido una vida entera en la pobreza? Tienen derecho a la prisa porque tienen que recuperar una vida de frustraciones. Algunos se pueden enriquecer aún allí, pero no todos. Y entonces no nos queda más que la rica Europa, de donde tomar el dinero, con el trabajo o con otros medios, no solamente lícitos. Es justo que en este caso nuestra esperanza encuentre la precaución del Oeste. Y también la esperanza, en este sentido, se revela problemática. El 60% de los jóvenes rumanos quieren irse, quizá por un período de tiempo. Lo que significa que la esperanza está en otro lugar y no tanto en casa. Es el rostro duro de la esperanza: la desesperación.
Por eso el proyecto de Europa excita tanto: porque es el fantasma de la riqueza. Y – también esto es verdad – al mismo tiempo es una esperanza de justicia, de reglas. La corrupción, en efecto, será eliminada solo cuando serán impuestas las reglas. Y nuestra experiencia nos dice que esto no sucederá hasta que las reglas no estén hechas y aplicadas por los nuestros – por nosotros.
Pero ¿no es esta esperanza una verdadera, insoluble desesperación?
III Encuentro Europa-Mediterràneo
POR UNA EUROPA FRATERNA. El contributo de la Acción Católica •Sarajevo, de septiembre 2003
- rsris_slide_link:
- wps_subtitle:
- Alexandru CISTELECAN - Europa de l’Este, Rumania
- pl_view_post:
- 677