Los problemas que nos unen:El testimonio de l’Oeste Ilaria VELLANI – Europa de l’Oeste, Italia
He pensado titular mi intervención “Retos y signos de esperanza para la Iglesia en Europa” como el Papa lo hace en el primer párrafo del primer capítulo de la exhortación post-sinodal Ecclesia in Europa.
Leyendo la relación de los “problemas que nos unen” me he preguntado cual podía ser mi aportación, yo que no soy experta en ninguno de estos argumentos, de la globalización al proceso de integración europea, de la emigración al ecumenismo. Luego he comprendido que quizá mi aportación puede ser la de una joven, mujer, cristiana, católica, crecida en el oeste de Europa en una Iglesia – la italiana, que ha vivido con intensidad el Concilio Vaticano II, y que – si bien con esfuerzo – continúa a acogerlo por su profeticidad en estos cuarenta años y se ha dejado transformar: mi mirada es, por tanto, la de quien simplemente vive en este tiempo y en él se interroga, se preocupa, pero también sueña.
A través del relato del Apocalipsis de Juan, la exhortación post-sinodal publicada en junio se esfuerza en identificar los signos de los tiempos y de leer esta nuestra historia; con valentía orienta a continuación, toda la reflexión a través de la actitud de la esperanza.
Por esto la esperanza se convierte hoy también para nosotros en la clave obligada con que observar este tiempo. Como cristianos de Europa, en orden a la esperanza, tenemos un suplemento de responsabilidad. El mismo cardenal Kasper en un congreso reciente celebrado en Camaldoli en julio de 2002, terminaba su intervención haciendo una llamada a esta responsabilidad a los cristianos de Europa: “Hoy la esperanza es una mercancía rara. Sufrimos una terrible falta de ideas que nos entusiasmen. El anuncio de la esperanza que surge de la fe es la aportación más importante que la Iglesia puede ofrecer al futuro de Europa. Sin esperanza no se puede vivir: ningún individuo, ningún pueblo y ni siquiera Europa. Este es el reto y la misión de los cristianos hoy”.
Asumir esta mirada de esperanza significa pues, antes que nada, conseguir transformar estos “problemas que nos unen” en “retos”, ámbitos en los que se juega nuestra responsabilidad. Si sabemos vivirlos con esperanza nuestro tiempo será, verdaderamente un tiempo creativo, fecundo, un tiempo en el que instaurar dinámicas positivas, virtudes evangélicas en la sociedad; entonces será verdaderamente un tiempo en el que Europa podrá hacerse profética y ponerse así al servicio del entero mundo del hombre.
De problemas a retos: este es el primer paso que creo necesario cumplir para compartir con todos los hombres y mujeres este tiempo.
Por eso ahora quiero intentar trazar algunos recorridos de esperanza que enlazan con los “retos que nos unen”. Estos retos no interrogan solamente a la comunidad eclesial, laicos, sacerdotes, sino que nos afectan como ciudadanos, como hombres y mujeres: solo en la medida en que sabremos afrontarlos, no como “cosas de Iglesia” sino tendiendo puentes entre la sociedad civil, la comunidad eclesial y sencillamente las personas que nos rodean, habremos dado respuesta no solo a las emergencias y exigencias de este tiempo, sino que habremos puesto también cimientos sólidos para el futuro.
La globalización
Uno de los primeros retos descubiertos es el de la globalización. No quiero ofrecer una definición de globalización porque es una cuestión bastante amplia y debatida y todavía sin resolver. Seguramente la globalización es un proceso en el que de hecho estamos inmersos, que afecta a diversos ámbitos de relación: desde la política a la economía y a la cultura. No es solo un proceso que crea interdependencias, sino que nos obliga a abrir nuestra mirada. El presidente de la Comisión Europea Romano Prodi escribe: “La globalización, la creciente interdependencia entre los estados y los pueblos del planeta obligan a Europa a redefinirse a sí misma y su papel en el nuevo contexto mundial. Los intercambios son cada vez más globales. De hecho cada vez dependemos más de los acontecimientos y avances que suceden en otros lugares del mundo”. Entonces si la globalización es un hecho, es necesario entender como nos situamos. El recorrido de esperanza es ofrecido por el discurso del Papa con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz de 1998. De la justicia de cada uno brota la paz para todos: la globalización de la solidaridad. Ésta puede ser un terreno de alianza, un espacio de gracia donde construir paz y justicia para todos los pueblos, interpela la política y las opciones que conlleva. Es preciso resistir a la tentación de reducir la globalización de la solidaridad a mero asistencialismo o a gesto de limosna. Debe ser más bien un compromiso para difundir dinámicas de humanización de las personas, de la sociedad y de la historia; significa emprender vías de dignidad. Comprometerse como comunidad eclesial y civil para una globalización de lasolidaridad; significa hacerse partícipes y constructores de la civilización de la verdad y de la paz invocada por Pablo VI, como anticipación del Reino.
Los instrumentos a nuestra disposición son múltiples: en primer lugar Europa (de la que hablaremos en breve), pero también la ONU, con la que hay que comprometerse, quizá mucho más de lo que se ha hecho en estos años, para que sea reformada y pueda actuar de conformidad a la belleza del proyecto que representa. Pero no solo con ocasión de la guerra de Iraq hemos asistido a un fenómeno inédito: la mobilización de la opinión pública europea en oposición a las decisiones de sus gobiernos. Esto es un signo que hay que leer con atención: ha manifestado una convergencia transversal en los temas de la paz que hace mirar con esperanza el clima cultural que se respira en Europa.
Europa como posibilidad
En esta perspectiva se inserta la reflexión sobre Europa. Es una posibilidad verdaderamente grande que se nos ha dado ahora para estrechar alianzas solidarias, por ejemplo entre el este y el oeste de Europa, alianzas que se pueden revelar proféticas con respecto al grito de desesperación que viene del sur del mundo. Es un proyecto que, como dice el Papa en Ecclesia in Europa: “debe hacerse parte activa y realizar una globalización en la solidaridad”. A esta última, como condición, ha de acompañar una especie de globalización de la solidaridad y de los valores de equidad, justicia y libertad. Europa con todos sus habitantes, debe comprometerse incansablemente por construir la paz dentro de sus fronteras y en el mundo entero. Es, el de Europa, un tiempo oportuno que se nos ofrece y que debemos saber aprovechar.
Europa es un tiempo y un lugar de encuentro entre las diferentes culturas.
Europa es un tiempo y un lugar de diálogo entre las diferentes religiones.
Europa es un tiempo y un lugar de reconciliación entre las diferentes confesiones cristianas.
Y como cristianos debemos vivir fuertemente nuestra responsabilidad con respecto a este tiempo. Una responsabilidad que pide ser consumida en las competencias de que disponemos. Escribe el Papa en Ecclesia in Europa que: “es necesaria una presencia de cristianos, adecuadamente formados y preparados, en las diferentes instancias e instituciones europeas, para conseguir, en el respeto de los correctos dinamismos democráticos y tras el contraste de las propuestas, marcar una convivencia europea cada vez más respetuosa de cada hombre y de cada mujer y, por eso, conforme al bien común”. En esta perspectiva se debe colocar también una reflexión no solo como Iglesia sino como asociación, sobre los que pueden estar los ámbitos en los que emplear esta responsabilidad, como proyectos, iniciativas, encuentros de formación y de participación en este momento importante de construcción del futuro.
La imigración
La inmigración es uno de los retos que vemos más fácilmente como problema, sobre todo en el oeste. Hay una cultura que no está educada aún en las leyes en esta materia para ver en el inmigrante una persona a acoger; al contrario, con frecuencia es considerado simplemente como una persona que “sirve”. La perspectiva que a menudo acompaña al fenómeno de la inmigración es meramente utilitarista; se acogen aquelos inmigrantes adecuados a nuestra economía: el inmigrado es aceptado en la medida en que representa fuerza de trabajo. Esta mentalidad es demencial.
Frente a esto un cristiano se debe escandalizar, en nombre de las páginas del Evangelio de Mateo donde Jesús nos recuerda que en el juicio final el que habrá acogido al extranjero a Él lo habrá acogido: cómo olvidar, además, las bellísimas palabras de la Carta a los Hebreos donde dice: “no olvidéis la hospitalidad; algunos practicándola han acogido ángeles sin saberlo”. La acogida a los extranjeros, que no debe reducirse al asistencialismo, pone en relación a los cristianos con los misterios del Reino, con la revelación de Dios en la historia.
Acogida, hospitalidad, atención pastoral para los inmigrantes cristianos, diálogo con otras religiones: estos son algunos recorridos de esperanza donde invertir nuestra responsabilidad, y donde implicarse para construir fraternidad. El lema del encuentro de esta mañana es “Los problemas que nos unen”. El riesgo es el de pararnos solo en la primera palabra “los problemas” o los retos como he intentado hacer y olvidar el resto de la frase: “nos unen”. La lectura lúcida, en lo que sea posible, de la realidad o nos ayuda a construir comunión y fraternidad o permanecerá como algo estéril y entonces recordemos también para el debate que la perspectiva con la que afrontar estos retos es la de quien quiere estar en este tiempo junto con otros.
La nueva evangelización
En los últimos años está madurando la certeza que Europa es tierra de misión. Lo es por la alta tasa de inmigración del que es punto de llegada, pero lo es sobre todo por el creciente alejamiento del cristianismo, debido especialmente al avance de la secularización. La situación es compleja: por un lado Europa pide un primer anuncio, por otro necesita también un nuevo anuncio, una nueva evangelización, o sea, una nueva calidad en la evangelización que sepa entrar en diálogo profundo con la cultura de hoy. La nueva evangelización: un problema de “calidad” del anuncio, que esté en grado de proponer la Buena Noticia en términos convincentes para el hombre de hoy.
No puede ser solo un problema de la Iglesia católica, sino que debe ser obligatoriamente una preocupación de todas las iglesias cristianas: es recorrido de esperanza porque confía una tarea importantísima al camino ecuménico, del que se podrá disfrutar los frutos.
La Charta Oecuménica publicada hace solo dos años, que ha señalado un pasaje importante de la reflexión ecuménica, no ha hallado en estos años una difusión capaz de aferrar la profeticidad, en orden al anuncio, de la unidad de las iglesias. Este es un ámbito en el que se nos pide implicación, más como asociación, donde estamos llamados a crear conciencia y a formar a las jóvenes generaciones.
Europa podrá, en esto, ser verdaderamente profética para el mundo entero y abrir vías inéditas de anuncio. Escribe el cardenal Carlo María Martini: “Nuestra situación en Europa es aún de vanguardia: mostrar que es posible vivir en una sociedad altamente tecnológica y socialmente secularizada, no solo sin abjurar de la fe cristiana, sino experimentando la significatividad por la situación contemporánea”. Será la demostración práctica de la posibilidad de buscar a Dios aún en una sociedad secularizada, la nueva aportación que estamos llamados a ofrecer a las nuevas iglesias que tendrán que afrontar, dentro de quince o veinte años el mismo problema.
La perspectiva ecuménica es la única que puede acudir en ayuda a esta exigencia de nueva evangelización. Al mismo tiempo la nueva evangelización puede convertirse en un ámbito significativo para un nuevo dinamismo del camino ecuménico, un camino de ayuda mutua entre los creyentes en Cristo para vivir la fe hoy.
Estos son algunos recorridos de esperanza que pueden partir de los retos a los que la historia nos llama. Pienso que el reto verdadero sea esencialmente cultural. Como Iglesia se trata de poner la semilla de una cultura que ponga en el centro la dignidad de la persona, que lo reconcilie con la creación y con las demás personas. Afirmar la importancia de las raíces cristianas de Europa es importantísimo, y hoy para nosotros este ser enraizados significa asumir plenamente la cuestión de qué conversiones realizar, qué horizontes compartir con todos los hombres y mujeres.
En Toronto el Papa ha confiado a los jóvenes el deber de la construcción de la civilización de la paz y del amor. Construir una civilización significa construir una cultura compartida, valores, instituciones, normas, significados. Pero todo esto no puede venir por la violencia – quizá solo una violencia cultural – porque nos llevaría a la ideología: debe ser obligatoriamente una conversión cultural construida sobre la paz, en la acogida y en el diálogo.
Esta conversión cultural es un deber como cristianos, no solo como responsabilidad hacia Europa, sino que puede ser un don a compartir con todos los hombres, puede destruir la fronteras y abrir recorridos de dignidad planetaria.
La mobilización de la opinión pública europea por la guerra de Iraq es un signo muy bello. El diálogo sobre los grandes temas referentes al bien del hombre está abierto y puede ser construido en unión con todos los hombres y mujeres.
Debemos generar conciencia, obrar prácticas generadores de paz y de solidaridad; esta es hoy nuestra responsabilidad como cristianos: ser constructores de fraternidad, unidad y diálogo, incansables anunciadores de esperanza.
III Encuentro Europa-Mediterràneo
POR UNA EUROPA FRATERNA. El contributo de la Acción Católica •Sarajevo, de septiembre 2003
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